...
Devenir.
¿cuando
a los pobres diez años habría escuchado esa palabra?
pero ¿cuantas veces paso por su pupila
ese claro de bosque, ese mar tormentoso, esa lluvia bendita sin conocer?
¿Cuántas veces no la habría pensado en las noches de frio bañadas de luna?
Al tiritar sus dientes se formaba un esbozo de soledad,
entre los restos de comida y los cartones soñaba.
Devenir.
Una vez lo consulto a su abuelo moribundo,
el solo le tendió una mirada
antes de desvanecerse en lagrimas de su madre,
eso fue suficiente.
Desde entonces la tierra tomo otro color,
las paredes cambiaron, se tornaron ásperas, la ropa perdió su olor.
En cada día, en cada estación se encontraba una y mil veces
con la misma amargura incomprendida,
solo pretendía enmudecer para ahogar su brillo de ojos y su tripa latente.
Contaba sus pasos
como si fuera a rendirle cuentas a dios acerca de su rumbo por las polvorientas calles,
se esmeraba en no cometer elegía,
se desvelaba sin razón.
Hasta que esa mañana concluyo,
desesperado y sangrante,
en fulminar su eufemismo recurrente.
Tomo un saco, un abrigo, un par de calcetines, la peineta de papa
y un último pedazo de pan, tan escuálido como el.
Con su hoguera sin leña entre las manos comenzó su viaje
detonador,
sin descanso, sin final.
Y entre lágrimas y risas
cotejaba ya la desesperanza cruel de sus progenitores
y la premonición clara y viva del brillo de sus ojos y de su tripa aun latente.
0 comentarios.:
Publicar un comentario